martes, 1 de noviembre de 2011

Oda al mundo del motor

Antes de empezar, tengo que aclarar que este escrito es una dedicatoria, y no una oda como dice su título, ya que el texto no está hecho para ser cantado.

Hace dos semanas, concretamente el domingo 16, Dan Wheldon perdió la vida en un escalofriante accidente múltiple que ocurrió en la última carrera de la temporada de la IndyCar Series, celebrada en el circuito ovalado de Las Vegas. No es la primera vez que un piloto fallece en un accidente en grupo, pero esta vez la situación es diferente, debido a la colaboración del piloto inglés en el desarrollo del coche de la IndyCar para la temporada 2012, que incorporaba nuevas medidas de seguridad.

Aunque la IndyCar se ha ganado mi respeto y admiración en los últimos años, no pude ver la carrera de Las Vegas. Cuando llegué a casa, vi que la carrera se había suspendido, y en Internet encontré el motivo: un "escalofriante accidente múltiple", como rezaban prácticamente todas las páginas web. La señal televisiva se fue, y me mantuve conectado a la red hasta que poco antes de las doce de la noche (hora española) se confirmó la muerte del piloto inglés. A pesar de haber vivido la misma experiencia con Shoya Tomizawa un año antes, el fallecimiento de Wheldon me impresionó más, ya que, aunque en Estados Unidos los monoplazas no pasan los mismos controles de seguridad que en Europa, también deberían garantizar un mínimo de confianza para saber que un piloto estará bien por muy fuerte que sea el accidente.

Las reacciones no se hicieron esperar y llegaron rápidamente. Increíblemente, Dan Wheldon fue trending topic en Twitter y muchas personas enviaron mensajes de condolencia hacia su familia, un hecho habitual cuando un personaje de suficiente renombre fallece antes de tiempo o en extrañas circunstancias.

Pero ese mismo lunes, experimenté la vergüenza de la profesión periodística. Hombres y mujeres licenciados en Periodismo, con un supuesto nivel de inglés y de conocimiento del medio, con experiencia en su profesión y suficiente oficio para dar una noticia de forma adecuada, se bajaron los pantalones de forma vil, cruel y patética. Sin necesidad de decir nombres, todas las cadenas de televisión de carácter nacional anunciaron la muerte de Wheldon a bombo y platillo, como si fuera un hecho a celebrar, algo que ya sucedió con las desapariciones de Amy Winehouse y de Steve Jobs (por decir dos de los ejemplos más recientes).

Y se vieron auténticas barbaridades, como un supuesto debate donde una piloto y un presidente dejaron ir la lengua más allá de los límites, asegurando que la IndyCar no era segura. O una cadena que dijo que Wheldon participó en una competición suicida a 400 km/h. Otra televisión dijo que, cuando ganó en las 500 millas, bebió leche en honor a su hija (en realidad deja dos hijos y beber leche es una tradición en Indianápolis). Incluso hubo otra cadena que se atrevió a llamarle Dan "Beldon". Y otra más que dijo que murió en una carrera de NASCAR. Amigos, el fútbol no está mal y nos podemos emocionar con Leo Messi, con Cristiano Ronaldo o con cualquier equipo. Pero una cosa es ser periodista, y otra muy distinta es ser un hooligan, que es lo que la mayoría de informadores deportivos y no deportivos son en la actualidad.

Pero los elogios, las alabanzas excesivas y los titulares catastróficos volvieron a encontrar su recompensa muy poco tiempo después. Por segunda semana consecutiva, el motor se vistió de luto y de forma aún más cruel. Marco Simoncelli, uno de los grandes nombres del mundial de motociclismo y piloto oficial de Honda, murió en un extraño accidente en el trazado malayo de Sepang. El italiano era una de las grandes promesas del país transalpino y uno de los posibles sucesores de Valentino Rossi, de quien era amigo íntimo.

Tengo que reconocer que es la primera vez que vi una muerte en directo. Pero a diferencia de la de Wheldon, no presencié su anuncio. Aunque no escriba sobre ello, también sigo el campeonato de MotoGP y la imagen del accidente fue escalofriante. Quizá la más impactante que haya presenciado en directo. Me quedé un rato esperando, por si había buenas noticias, pero las cosas empeoraron cuando media hora después del accidente se decidió suspender la carrera, un hecho que ya ocurrió en Las Vegas una semana antes. Después de que la televisión decidiera no seguir emitiendo me fui de casa, ya que iba a presenciar un partido de baloncesto. De camino me detuve en una carrera atlética que hacían en mi ciudad, antes de encontrarme con un amigo. Y nos detuvimos en un bar, donde se empezó a anunciar la muerte de Simoncelli.

Esta vez, los provocadores de suicidios oficiales y sus poderosos e influyentes jefes encontraron un arma aún más grande. Ya no era la IndyCar, un campeonato perfectamente prescindible para todos ellos, era en MotoGP, una competición más arraigada y con mayor tradición y pilotos españoles. Y comenzó la sobreexplotación de las imágenes del accidente sin tener en cuenta a la gente. Ni a las personas a las que la imagen les impactó. Ni a aquellos que no eran aficionados y a los que la noticia les importaba en absoluto. Ni a otros pilotos, como Carlos Checa, que debió haber venido al partido que yo iba a ver y que decidió no asistir porque estaba triste. Ni a nadie en absoluto, todos tuvieron que ver como Colin Edwards y Valentino Rossi pasaban por encima del pobre y desafortunado Marco Simoncelli.

Y durante la semana no faltaron las muestras de "afecto" que las televisiones tuvieron enseñando el traslado del cuerpo, los desfiles de la gente, las muestras de dolor varias y, finalmente, el entierro. Todo ello prescindible, por otra parte, ya que un entierro debería ser un acontecimiento íntimo y personal al que deberían acudir la familia y los amigos del fallecido en cuestión. Al menos, eso es lo que creo yo.

En fin, que el mundo del motor se ha vuelto a unir con estos hechos tan trágicos que han sucedido en tan poco tiempo. Pero los actores de este circo y sus acompañantes (familia, amigos, compañeros de profesión, periodistas...)  no deben rendirse. Por encima de la muerte, por encima del peligro, por encima de la mala información y por encima del dolor, todos van a sobrevivir. Y aunque ahora las muertes de Wheldon y de Simoncelli se vean como una catástrofe y no cesen los tributos en su honor, el tiempo les colocará en su sitio, en lo más alto, junto a otros fallecidos en combate como Jim Clark, Stefan Bellof, Ayrton Senna, Greg Moore, Dale Earnhardt, Daijiro Kato, Henry Surtees y Shoya Tomizawa, entre muchos otros.

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